Hoy publicamos la entrevista que realizó Marta Arroquia, de la Oficina de Comunicación Provincial, a José María Pérez-Soba, miembro del Equipo de laicado y de la Escuela de Espiritualidad. La conversación ha sido publicada en la revista Maristas del siglo XXI en su número de diciembre (12).
Marta Arroquia/ Maristas siglo XXI (12: pp. 21-23).
José María es Doctor en Historia, Licenciado en Teología Dogmático-fundamental y Máster en Ciencias de la Religión. A día de hoy, es profesor del Centro Universitario Cardenal Cisneros, en Alcalá de Henares, y profesor invitado en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca. También ejerce de colaborador de la facultad de teología de las Universidades de Deusto y de Granada.
José María Pérez-Soba, ¿Qué puedes contarnos sobre ti?
Nací en Lérida, soy el tercero de cuatro hermanos varones. Soy laico marista, vinculado a la provincia marista Ibérica, en la que aterricé hace ya mucho tiempo. Estoy casado con Silvia, la cual también es teóloga y doctora en educación, recién nombrada presidenta de la Asociación de Teólogas españolas. Ambos somos miembros de la fraternidad Encuentro del Movimiento Champagnat y también padres de cuatro hijos, tres varones y una niña, todos alumnos del colegio marista Chamberí.
¿Cómo ha sido tu paso, tu evolución es Maristas?
Empecé en Maristas porque con mis hermanos fui al colegio marista Montserrat. Recuerdo mucho cantar el virolai a la virgen y al hermano Enrique Hurtado, amigo de mi familia. Cuando trasladaron a mi padre a Madrid, seguimos en maristas y empezamos a estudiar en Chamberí. Estuve muchos años en los Scouts, con hermanos tan buena gente como Lorenzo, Pedro Luis o Benito. Al acabar el proceso scout, entre cómo monitor en los grupos de vida cristiana, en los que conocí a grandes amigos. Y todo esto tan sólo fue el principio de mi andadura marista.
He sido alumno, monitor, profesor de filosofía dos años y cuatro de religión y ahora padre del colegio Chamberí. Además, estuve en el equipo nacional de la ONGD SED con el hermano Jack, y participé en tres campos de trabajo en Guatemala, colaborando con la obra de Ciudad Joven en el local de Vallecas Villa.
También fui miembro del Equipo de Misión de la provincia de Madrid, experiencia rica y compleja con unos hermanos extraordinarios. Estuve en el equipo internacional que preparó la I Asamblea de Misión en Mendes (Brasil) y en el de redacción del documento “En torno a la misma mesa”, del que fui redactor final. Finalmente fui invitado al último capítulo general. Estas experiencias internacionales han sido un regalo para abrir horizontes en mi vida y ver el mundo de forma mucho más amplia. Y en estos últimos años he participado de los equipos de espiritualidad y de laicado de mi provincia Ibérica.
Y en todo este tiempo, ¿qué es lo que te ha enganchado o ido reenganchando al carisma marista?
Ser marista es mi vocación, mi respuesta al Amor de Dios en mi vida. No siempre es fácil y he sufrido no pocos conflictos, pero éste es el lugar donde Dios me ha colocado en la Iglesia y quiero seguir fiel a su voluntad. Creo con pasión en la misión marista de evangelizar a niños y jóvenes, siento la riqueza enorme del camino espiritual marista, en la fuerza de la sencillez evangélica que nace de la presencia de Dios y siento con fuerza la presencia de María, Buena Madre, primera creyente, compañera y guía de nuestro camino cristiano.
Llama especialmente la atención de ti la intensa formación teológica que has recibido y que impartes, ¿cuál ha sido tu proceso de formación teológica?
La verdad es que todo empezó con la formación que me daban cuando éramos monitores jóvenes. Hermanos tan buena gente como Ernesto Tendero, Esteban Ortega o José Luis Salazar nos enseñaron una forma de comprender el cristianismo dinámica, abierta, sugestiva, que sentíamos que llenaba nuestras vidas, que merecía la pena…. Disfrutaba especialmente los cursos de ‘Animador cristiano’, que querían enseñarnos a pensar la fe, a decirnos la vida en cristiano.
En esa época (veintipocos años) la gente de mi edad formábamos una fraternidad y, al organizarnos, me pidieron que coordinara la formación de la comunidad. Eso me hizo querer dar un paso más. Como uno de mis hermanos es sacerdote, no me parecía muy extraño estudiar teología, así que me lié la manta a la cabeza y, con la inconsciencia de la juventud, me puse a hacer quinto de Historia y Primero de Teología a la vez, tan contento.
Y lo disfruté muchísimo. Ese año conocí a profesores que me han marcado para siempre, como Juan Martín Velasco o Pedro Panizo. Aprendí no sólo cuestiones de fe, sino Historia, Sociología, Psicología, Religiones Comparadas, Antropología… mientras trabajé en la Universidad Complutense haciendo mi tesis doctoral, llamaba la atención por la cantidad de registros que podía manejar.
En maristas nos preocupamos especialmente de los más jóvenes y de su crecimiento continuo, ¿en qué medida crees que es importante para los jóvenes formarse en teología?
Hoy vivimos, gracias a Dios, en una sociedad plural. Todos tenemos la necesidad humana de vivir con sentido, y depende de nosotros encontrarlo, construirlo, sabiendo que nos jugamos la vida en nuestras decisiones. Por eso, es cierto que hoy somos menos cristianos, pero también es verdad que los que lo somos es porque sentimos, de verdad, que hemos elegido, que hemos apostado la vida, que ‘merece la pena’.
Por ello, es más urgente que nunca que pongamos palabras a lo que sentimos, palabras que sean profundas, rigurosas, que tengan fundamento y, a la vez, que sean ‘mías’, que signifiquen en mi vida y la impulsen. Necesitamos palabras de Dios. Necesitamos descubrir la riqueza enorme de la sabiduría cristiana de dos milenios. Porque este camino nuestro es nuevo y, a la vez, antiguo. Lo han recorrido, de diversas formas y maneras, millones de personas antes que nosotros. Y lo que ellos vivieron y descubrieron lo tenemos a nuestra disposición, si queremos, para apoyar y refrescar nuestro propio y único camino. Toda esa sabiduría, todos esos descubrimientos, están al alcance de nuestra mano. Sólo tenemos que dedicar un poco de atención para disfrutarlos.
Entre nosotros a veces es habitual contraponer experiencia a teología. Yo siento que no es acertado: para que una experiencia crezca en mí, necesito ponerle nombre, decírmela, y que ese nombre sea de tal vitalidad que me invite a seguir buscando y profundizando en la experiencia. Eso es la teología, la verdadera teología. No es una serie de frases sin sentido que debes creer porque sí, sino la propuesta de una sabiduría para acompañar tu vida cristiana. O la teología ‘sabe a Dios’, al Dios de Jesús, o no sirve para nada. La teología está para saborear a Dios y ayudarte a caminar siguiendo a Cristo, siempre nuevo, siempre más.
Es decir, creo, sinceramente, que si no soy capaz de poner palabras a lo que experimento en nuestro ambiente cristiano, palabras de sabiduría, palabras potentes, rigurosas, de Dios, en cuanto salga de este ambiente, tan cómodo y cálido, lo que he vivido se convertirá en un simple recuerdo más de juventud. He probado lo bueno, pero no lo he ‘digerido’, no lo he ‘hecho mío’.
No hace falta, por supuesto, que todos estudiemos teología, Eso es una vocación, un servicio más a la comunidad, ni más bueno ni más malo que otros. Pero sí es necesario que sepamos lo suficiente como para poner palabras a nuestra experiencia cristiana, que tengamos espacios donde confrontar nuestra vida y la sabiduría cristiana, que tengamos momentos para seguir profundizando en el camino del seguimiento de Jesús… Y es normal que algunos de entre nosotros sientan la vocación de ayudar en ese esfuerzo, como Ernesto, Esteban o José Luis y tantos otros hicieron con nosotros, pasando de unos a otros el testigo de la fe.