San Marcelino Champagnat nació el año 1789, un 20 de mayo, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey, una aldeita del municipio de Marlhes, no lejos de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno.
Durante su infancia, Marcelino trabaja en casa: su familia poseía una pequeña granja y un molino. A los diez años comenzó a ir a la escuela, pero a los pocos días se desanimó y no volvió.
La habitación que hoy visitamos es el lugar donde el seminarista Champagnat pasaba los veranos, y al recordar esa habitación recuerdo la ventana por donde Marcelino se asomaba ‘al mundo’. ¿Intuiría ya que “todas las diócesis del mundo entran en nuestras miras”?
La casa ha pasado por distintos propietarios, por lo que hoy no es posible visitarla a excepción de esta habitación, unos muebles y una ventana que da para pensar y mirar.
A los ojos de Champagnat, el paisaje verde y amable se tornaba en algo que después beberíamos de su carisma: traspasar lo que está a primera vista, no habituarnos a los caminos conocidos para comenzar otros nuevos… Rosey invita a ponerse en camino, porque los caminos allí son fáciles de andar porque el terreno es visiblemente llano. Parece una preparación a lo que viene, a la hondura del valle de L’Hermitage y el camino arduo en el descubrimiento iluminativo con Montaigne. De noche, el lugar es pacífico, las aldeas se reparten salpicando el llano con los sonidos propios de la noche y con calma.
Hermanos y laicos maristas han respondido con la limitación impuesta de un whatsapp a una sencilla pregunta: ¿Qué sentiste al visitar por primera vez la casa natal de Champagnat en Rosey? Y encontramos tales respuestas:
- Sentí que tocaba el inicio de una historia que ha resultado inundar mi vida y mi misión, mi ser y mi vocación.
- ¡Qué impactante comprobar que nacimos pobres! ¡Vaya compromiso tener que volver a las fuentes!
- Profunda alegría al sentir en vivo y directo la sencillez de la vida de la familia Champagnat que hoy es el rasgo fundamental mío y nuestro.
- Sentimientos encontrados por la distinta manera en que evolucionaron los hijos de una misma familia, criados por los mismos padres bajo un mismo techo.
- No es igual suponer/estudiar que presenciar. Una vuelta a aquel sueño, que no fue una leyenda.
- Sentí que por fin era posible ponerle vida a aquello de lo que llevaban tiempo hablándome. Entendí qué suponían actitudes como la audacia y la pasión por un proyecto a pesar de que el entorno no ayudase.
- Siendo novicio, viví ese primer viaje al lugar de los orígenes maristas con mucha intensidad. En Rosey encontré la sencillez marista de nuestros orígenes: Una casa de campo, los hermanos cuidando el jardín…
- Adentrarme en Rosey, supuso descubrir su pueblecito natal, el hogar familiar, el alumbramiento de una nueva época para su tiempo y germen de nuestra historia.
- Sentí paz, cariño, emoción y agradecimiento por ser capaz de hacer vida la sencillez atendida en su casa con su familia.
- En todos los lugares maristas uno ve la fuerza del Espíritu, que sacó de sitios pobres, pequeños y apartados una gran obra para el mundo.
- Como novicio, antes de mi profesión, llegué a Rosey y sentí la presencia de Marcelino en mi propia vida como referencia viva, desde la sencillez de aquel hogar. La Paz de la habitación y la esperanza de una vida marista que iba a iniciar como hermano. Todo un regalo de Dios para iniciar mi andadura marista.
- La primera vez que pisé Rosey tenía 20 años… Sentí mucha emoción: Familia, infancia, naturaleza… Todo me hablaba y me hizo sentir a Marcelino a mi lado, era como yo, hijo de su tiempo, con una familia como la mía y apostó a lo grande.
- Me sentí en el comienzo de una gran historia de la que estás orgulloso de pertenecer. ¡Sentí una mezcla de alegría, privilegio y fortuna por estar ahí!
- Sentí la grandeza de lo sencillo y humilde. Certeza de que Dios quiso que Marcelino llevara su mensaje a los jóvenes.
Ya son 228 años desde el nacimiento de San Marcelino, ¡felicidades a todos los maristas! Un día feliz para los que compartimos el regalo de este carisma, donde cada día cuenta.