La invitación al Retiro de Espiritualidad Marista no dejaba de ser algo inquietante ante la novedad de la propuesta; me preguntaba en qué consistiría un retiro de fin de semana de estas características. La intuición de que detrás de la propuesta estaría la oportunidad de un encuentro personal con Dios, me hizo pensar que solo podría ser algo bueno.
La vorágine del día a día, las prisas y las actividades que llenan la agenda van dejando a Dios en un segundo plano y absorben toda mi energía. Necesitaba un parón, aunque solo fuera de fin de semana, para respirar, hacerme consciente de lo que voy viviendo y cargar las pilas. Por eso acepté la invitación de un Dios deseoso de encontrarse con cada una/o de nosotras/os que nos llegó a través de la Escuela de Espiritualidad.
El retiro ha sido un encuentro de familia, de familia marista, de personas de diferentes ámbitos y realidades, pero todos con un vínculo que nos hacía sentirnos cercanos rápidamente: exalumnos, padres de alumnos, fraternidades, grupos maristas de encuentro, hermanos…
He podido comprobar que la espiritualidad marista es una espiritualidad de andar por casa; apta para todos los públicos; los más ilustrados y los menos entendidos. Una espiritualidad en la que hemos podido profundizar desde la experiencia de algunos hermanos, sencilla y profunda: un hermano que tiene la certeza de estar donde Dios le quiere en las tareas menos valoradas como el cuidado del ganado y la limpieza de la cuadra; otro hermano que opta por estar entre los jóvenes de otra cultura y ser hermano entre ellos, siendo un profeta de la presencia; otro hermano que nos muestra la felicidad de estar en el lugar adecuado con las personas que más lo necesitan, siendo hermano de todos; el testimonio de otro hermano que vive una experiencia de Dios que le lleva a quedarse entre los más pobres dejándose la vida en ello. Hemos llevado a nuestra vida la espiritualidad que movió a estos hermanos, preguntándonos qué nos dice a cada uno hoy en nuestra realidad y a qué nos interpela en nuestra vida. Porque la espiritualidad no va solo de reconocer ese Espíritu que mueve tu vida, sino de tomar opciones en consecuencia para hacerla más coherente.
Hemos tenido tiempo de reflexión y oración personal, oración en grupo, momentos de compartir lo vivido y momentos de compartir en torno a la mesa de la eucaristía y del comedor. Tiempo de descanso, de encuentro con Dios, de re-encuentro con otras personas a las que vemos poco, y todo ello con un ritmo tranquilo y flexible.
He aprovechado el retiro para poner nombre a lo que voy sintiendo, para dar un paso más con esas preguntas que tengo pendientes de responder, para caer en la cuenta de que Dios me cuida y me sostiene, para orar y apagar los ruidos que me rodean a diario; para detenerme y respirar. Qué lujo que la Escuela de Espiritualidad nos haya brindado esta oportunidad de volver a lo profundo: gracias.
Rocío Herranz. GEM Fuenlabrada.